Con frecuencia, un libro se puede interpretar
desde sus márgenes. Eso es lo que sucede por ejemplo con El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes (Tusquets, 2012), la
segunda entrega de sus Episodios de una
guerra interminable, uno de los libros que he leído este verano.
Esta es su primera dedicatoria: "A mi
amigo Cristino Pérez Meléndez, que de pequeño vivía en la casa cuartel de
Fuensanta de Martos y era muy canijo. Y de mayor dio la talla en todo, pero no
fue guardia civil". Cuando la leí, antes de viajar con sus personajes a la
inhóspita sierra de Jaen de 1947, imaginé a Cristino como un hombre enjuto,
curtido tal vez por el sol inclemente de los campos de aceitunas. Imaginé a
Almudena visitando los pueblos jienenses para documentarse sobre su novela, y
demás aventuras épicas de los escritores realistas de la memoria histórica, de
aquellos que se proponen darle voz a los silencios de la Historia.
Sin embargo,
el primer párrafo de "La historia de Nino. Nota de la autora", al
final del volumen, me sacó definitivamente del error: "En
la primavera de 2004 […] hice un viaje en coche por el norte de Marruecos […],
con mi marido, Luis García Montero, y un viejo, excelente amigo suyo, después
también mío, Cristino Pérez Meléndez. Cristino, catedrático de Psicología de la Universidad de Granada....".
Acabáramos. El tal Cristino, hijo
de guardia civil, es en 2004 Catedrático de Universidad. Unas páginas más tarde, entre
los proveedores de motes verosímiles para la novela, "amigos jienenses", aparece
listado, entre otros, Joaquín Sabina. Eso sí que es suerte. La documentación para esta novela
histórica le debió de resultar bastante fácil a Almudena Grandes. Le bastó con recurrir a sus amigos,
catedráticos, cantantes famosos. Todo un trazado del lugar de enunciación. Al final del camino, también la memoria de los silenciados se
escribe desde arriba, desde los vástagos que consiguieron el ascenso social en
los años de la dictadura y la transición, desde los cantautores exitosos. No se trata ya de los salvados
frente a los hundidos, que diría amargamente Primo Levi, sino de los
encumbrados, de aquellos descendientes de los silenciados que hoy nos hablan
desde la cumbre, amigos de Almudena y de su marido.
Por otra parte, aunque su lectura me resultó tan absorbente como todas las novelas de Almudena Grandes (me
declaro fan de sus habilidades narrativas, y hasta de sus largos párrafos
cargados de subordinadas), tengo que decir que también me fue irritando
sordamente. Una de las cosas que más me emocionó de El corazón helado (Tusquets, 2007), sin duda mi favorita, es que se atrevía a escribir cómo muchas de la consecuencias de
la guerra civil, de la victoria del fascismo, de la sórdida postguerra, con sus
exclusiones, sus tachaduras, sus latrocinios, siguen vigentes hoy. Como muchos
ricos poderosos de hoy deben su riqueza y su poder a la victoria en la guerra
de sus mayores. Como la inmaculada transición, suave prolongación democrática
sin rupturas del Movimiento Nacional, con sus oropeles y monarquía, siguió
construyéndose sobre la victoria de media España, y sobre el corazón helado de
la otra media. Por eso, la la lectura de Inés
y la alegría (Tusquets, 2010) entre otras cosas me decepcionó por sus
páginas finales, por ese momento feliz en que parece que la Transición lo
cancela todo y convierte la derrota en una victoria gracias a una foto en
Madrid de veteranos del maquis
Y por eso me ha decepcionado todavía más hasta irritarme la lectura de El lector de Julio Verne, una lavada de
cara en toda regla a la ominosa guardia civil franquista en su guerra sucia
contra los guerrilleros, en su acoso sistemático de la población civil
campesina, que debía sumar a la miseria estructural la violencia arbitraria y
prepotente de los sicarios del franquismo. En la novela no es para tanto. El
único guardia civil violento es el sargento. Porque los demás... Es verdad que torturan
a campesinos durante madrugadas interminables, es verdad que asesinan por la
espalda invocando la tradición castiza de la "Ley de fugas" ya
retratada con bastante más crudeza por el tantas veces invocado por la escritora
Benito Pérez Galdós. Pero lo hacen sin querer, porque le tienen miedo a los
mandos, y los pobres lo pasan muy mal. Y luego lloran en silencio al volver a
la intimidad de su familia, o vomitan en el patio. Y es que en el fondo son
rojos camuflados con familia republicana. E incluso uno de los más malotes, un tal Sanchís. en realidad es malote para disimular, porque es un infiltrado del
Partido Comunista, que ayuda una y otra vez a los del monte a burlar las
emboscadas y acabará dando la vida por la causa entre vivas a la República.
Eso de los guardias civiles comunistas es
bastante difícil de convertir en representativo de nada. De hecho la
explicación que da en la mencionada nota es bastante rebuscada. Para empezar,
comienza con una cita literaria de Ramiro Pinilla ("aunque no se lo crea,
en España hay comunistas hasta en la Guardia Civil") que eleva a
documento, para continuar mencionando de manera anacrónica a los guardias
civiles que se mantuvieron fieles a la República en julio del 36, pasando
entonces de puntillas por dónde estarían esas pobres personas en 1947. No parece
probable que en la guardia civil luchando en Jaen contra el maquis.
En resumen: lo que la novela viene a hacer es
consolidar una ilusión retrospectiva muy consoladadora y muy de la llamada
Cultura de la Transición. Al parecer, a pesar de lo que constató con amargura
Max Aub en su visita de 1969 y de la que dejó constancia en su demoledor La gallina ciega, en España durante el
franquismo casi no había franquistas y la dominación del régimen fue
superficial, cosa de cuatro pirados incapaces de difundir su visión de mundo y
de la historia durante cuatro décadas de educación nacional y propaganda.
Incluso la Guardia Civil estaba formada por tipos bonachones dominados por unos
pocos mandos muy malos muy malos pero muy tontos muy tontos que podían ser
literalmente, como en esta novela, burlados por un niño. Por eso se pueden celebrar los aniversarios, centernarios, sesquicentenarios y lo que se ponga
por delante, que la Benemérita siempre ha sido eso, básicamente eso,
Benemérita, y se ha ocupado de llevar la seguridad a los campesinos dispersos
en el árido campo español, lleno de forajidos patibularios con trabuco y mala
leche. Para leer que la guardia civil era el brazo armado del cacique y esas
cosas tendremos que volver a Galdós.
Una dictadura así de cutre e ineficaz, claro,
desapareció sin dejar rastro una vez muerto el dictador y una vez proclamada la
democracia por el bondadoso rey de cuento que le sucedió en herencia. Y no es
exageración mía, que en la novela lo pone así de clarito. Dos de los
protagonistas de la novela se presentan en las listas del Partido Comunista en
las elecciones de 1977. Y eso, atención, fue "el definitivo final feliz
que merecían los que se fueron, y aún más los que quedaron". El lector de Julio Verne, así, es una
novela que nace añeja, en la que la constitución monárquica
del 78
fue nada menos que el final feliz que merecían los guerrilleros.
Da que pensar que en estos años de en que se
resquebraja la máscara de la otrora inmaculada transición y muestra por debajo
sus continuidades con el orden de cosas anterior, sus servidumbres oligárquicas
y caciquiles, una escritora como Almudena Grandes, supuestamente de izquierdas y tricolor,
nos ofrezca un relato épico de lo felices que somos en el presente, y convierta
la lucha contra el fascismo, la lucha contra el fascismo que acabó en derrota,
en un argumento de novela de aventuras con final feliz aunque sea en el
epílogo, y documentada además por tipos a los que les ha ido muy bien.
La verdad, para eso, prefiero El laberinto del fauno. Es mucho más
realista.
La foto de la portada del libro procede de www.almudenagrandes.com
La foto del muñeco guardia civil de fofuchasmj.blogspot.com.es