viernes, 4 de diciembre de 2009

Marta, la que no cupo por el excusado


Hace algunas semanas leí Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia (RBA, 2009), recién publicada en España. Y ya era hora, porque la novela, ciertamente importante, es de 1977.

Como me pasa a veces, la empecé a leer con mucha ilusión, y eso resultó un poco contraproducente. Porque, bueno, esta vez voy a decirlo claro: la verdad es que no me gustó nada. Y me sabe un poco mal, pero qué le vamos a hacer.

La novela está bien escrita. Desde luego que sí. Es irónica y punzante. Desde luego que sí. Pero creo que me llega tarde. Me pasa al revés que con Señas de identidad, de la que hablaba en otro post. Si la hubiera leído cuando era jovencito, tal vez me hubiera gustado. Hubiera saboreado su mirada exótica de las clases populares de los pueblos mexicanos. Entonces, hubiera podido compartir la perspectiva con el narrador sin problematizarlo demasiado. Y hubiera disfrutado de la lectura.

Pero ahora. No sé. O sí que sé. Demasiadas prostitutas que mueren ridículamente, demasiadas madrotas sin corazón, demasiados militares brutales por palurdos, demasiados horneros primarios. Y sobre todo, demasiada sonrisa condescendiente del narrador que, creo, los expulsa, los convierte en otros. Todo es tan grotesco, que hasta la posible denuncia de la corrupción queda neutralizada, en ese ambiente animalizado. Da la sensación de que todos los personajes populares son primarios, brutales, arbitrarios, inconstantes en sus afectos, egoístas, violentos. Y eso, por cierto, amortigua sus sentimientos. El narrador los mira condescendiente desde arriba y sonríe todo el tiempo. Y hay cosas que, vaya, no acaban de tener gracia. O por lo menos no me la hacen. Y es que creo que a los pobres también les duele cuando les pegan. Yo no digo que el narrador no lo sepa. Pero a veces, da la sensación de que se le olvida.

Y eso sin contar con que uno puede sospechar que esta mirada desde arriba no sólo es de clase, sino también de género. Las muertas son mujeres prostitutas, y sus muertes son ridículas. Y el narrador se recrea. Sólo un ejemplo. En la página 173 encontramos una fotografía de las protagonistas, con las caras en blanco, eso sí. Pues bien, el pie de foto identifica a las personas que aparecen. La que está señalada con el número 8 es “Marta”, y para que recordemos cuál es el episodio más destacado que protagoniza en la novela, entre paréntesis, se señala: “no cupo por el excusado”.

Esto, en general, ya no tendría demasiada gracia. Pero si tenemos en cuenta que se supone que esta novela está basada en un proceso judicial real, pues, la verdad, todavía tiene menos. Como lector, no podía evitar rescatar el sufrimiento real, la desigualdad real, la explotación sexual real que esta ficción risueña viene a ocultar. No sé. Tal vez haya sido culpa mía, que no he sabido leer. Pero a mitad lectura, el narrador empezó a caerme gordísimo. Y entonces, el libro, se me cayó de las manos. Y eché de menos a Juan Rulfo.

La fotografía de Guanajuato procede de www.paraconocer.com

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