Hoy, sin embargo, me he dado cuenta de un detalle que creo que me había rondado por la cabeza otras veces sin llegar a hacerse del todo consciente. El jersey que lleva Salvador en esas secuencias finales es muy parecido, si no idéntico, a uno que llevaba mi padre. No el color, desde luego, pero sí el grosor, y también el punto. Si pudiera consultar la Enciclopedia del punto y la costura que coleccionó mi madre en fascículos, posiblemente daría incluso con su nombre.
Y, claro, esa es una razón añadida y personal para la emoción. El jersey de Salvador funciona como metonimia personal e intransferible y de pronto significa a mi padre en la casita de Montserrat, y también a mi madre, escuchando en la radio Directamente Encarna –eso escuchaba, qué le vamos a hacer- y tejiendo incansable jerseys de punto. Y el recuerdo es muy intenso, aparentemente inmediato, y sin embargo inalcanzable. Exactamente igual que las sombras de simulacros del pasado proyectadas sobre la pantalla del salón de actos.
Entonces recuerdo otra película, Tren de sombras (José Luís Guerín, 1997). Y como la primera vez que la vi, se me hace evidente que las imágenes en movimiento en una sala oscura tienen algo de fantasmas. Además de cualquier otra cosa, son siempre una representación de la muerte.
(El fotograma de Tren de sombras procede de www.diagonalperiodico.net)
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