Reproduzco a continuación el texto que lei en la presentación de "Como si nunca antes", de Bibiana Collado (Pre-Textos, 2013), el 7 de junio de 2013 en la Librería Argot, de Castellón
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“Desocupado lector, cumplo con informar a
usted que últimamente todo es herida”. Así comienza un poema que leí –que
releí- con Bibiana Collado. Es obra de Gonzalo Rojas, un poeta al que volví a
llegar después de que una noche, de repente, sin previo aviso, la voz de
Bibiana comenzara a desgranar versos: filosos, inesperados, agudos. Y ese era
Gonzalo Rojas, pero no sonaba como lo había leído yo distraídamente años atrás.
Sonaba, en efecto, nuevo, como si nunca antes lo hubiera leído, como si en realidad
aquel poema se estuviera escribiendo en ese instante mismo en que la voz de
Bibiana le daba cuerpo. “No hay encarnadura para dolerse”, dirá ella. Y sin
embargo, su voz, erigía el cuerpo –bováricamente textual- y el trazado sin
cicatriz posible de una herida. “Lo irreal y lo irreal tramados en el fulgor de
un mismo espejo gemidor es herida”, dice el poeta. Esa trama, ese desfase
imposible, esa tensión permanente por tramar, eso, es herida. Esa es la
escritura de la herida, su única escritura posible. Es más, la poesía sólo
tiene sentido en tanto es el intento bellamente condenado al fracaso de trazar
esa herida en el aire, y que duela en un cuerpo.
Eso
me lo habían enseñado algunos de mis poetas favoritos. Eso me enseñó Bibiana
Collado. Y no sólo eso, sino que de pronto le puso palabras. En sus versos y al
señalar los versos de otros. Al reescribirlos cuando los lee, al dotarlos con
la corporeidad de su voz. Y es que por algo Bibiana no sólo es escritora, sino
lectora. Es una gran escritora porque sabe leer muy bien. Por el mismo motivo
por el que es una excelente maestra. Porque ilumina con tan sólo señalar. Sus
estudiantes de este año en la Facultad de Filología de la Universitat de
València lo saben bien.
En mis clases, a menudo explico que los
poemas en realidad pueden calificarse en dos grandes grupos. Hay poemas
cicatriz, que se esfuerzan por cerrar los huecos, por obturar el caos, por
llenar con palabras el vacío. Son poemas que consuelan, que hacen creer que hay
un sentido, aunque sea en el trazado de una épica privada. Todo es entonces
“quieto y de una contenida tristeza” como dice Vallejo que diría Samain. Y hay
poemas herida. Poemas que no pretenden cerrar heridas, sino escribirlas,
precisamente porque son de ese tipo que no pueden nombrarse. Y por eso, los
poemas son doblemente herida. Porque la dicen, porque la nombran. Pero también
porque nombrarlas es siempre intentar nombrarlas, sin llegar a conseguirlo
nunca. Y ese hueco, que sólo puede escribirse como tensión, es herida. Esos
poemas son la herida. Porque son la herida de lo real, y tambi
én la herida del lenguaje enfrentado al propio hueco que
constituye su centro. Como dice Michel Foucault, el lenguaje “adquiere entonces
una estatura soberana; surge como llegado de otra parte, de allí donde nadie
habla; pero sólo es obra si, remontando su propio discurso, habla en la
dirección de esa ausencia”. Los poemas herida lo son, porque hablan en la
dirección de la ausencia.
Poemas cicatriz, y poemas herida,
entonces. Obviamente, la poesía de Bibiana Collado, la poesía de este libro que
presentamos hoy, pertenece a este segundo grupo. Los poemas de Como si nunca antes son herida.
Herida… O, lo que viene a ser lo mismo,
hendidura. “Cubres con un canto la hendidura”, escribe Alejandra Pizarnik, otra
de las poetas que se encuentran en la tradición de estos textos. Y “Hendidura”
es precisamente el título de la primera sección del libro. Una de las
palabras-fetiche de la autora, como dice ella misma. “Cubre con más cantos la
fisura, la / hendidura, la desgarradura”, dice Alejandra. Y Bibiana afirma
gravemente: “Es necesario / escriturar el hueco”. Ese creo que es el gesto
definitorio de la poesía de Bibiana Collado: escriturar el hueco. En ella,
encontrar la palabra exacta es señalar el límite del lenguaje, apuntar que
aquello que se querría decir, no se puede, que sólo está como apunte, como
temblor, como resonancia. Como vibración. “La literatura –y cito de nuevo a
Michel Foucault- es una especie de lenguaje que oscila sobre sí mismo, una
especie de vibración”. De sus poemas podría afirmarse lo que Pizarnik proclama
al borde mismo del silencio: “el centro / de un poema / es otro poema / el
centro del centro / es la ausencia”. Llegar al hueso es llegar al hueco, para
decirlo usando una figura retórica, la paranomasia, muy querida de Bibiana, y a
la que sabe dotar de insospechada novedad y significación. Llegar al hueso es
llegar a la hendidura, al vacío. Pero ahí, en esa vibración apenas sugerida y
sin embargo muy potente, está precisamente la emoción. ¿Qué hay en estos poemas
que apuntando apenas nos emocionan? O, para decirlo en sus palabras, “¿Cómo
puede llover de esta manera?”. En efecto ¿Cómo puede ser tan torrencial una
lluvia estando apenas apuntada y en un espacio tan pequeño?
Los poemas de este libro están llenos de
corporalidad, de manojitos de nervios apretados y azules: cuerpos entre
sábanas, cuerpos que se miran en un espejo. Pero también, por supuesto, el
espacio vacío que deja un cuerpo cuando no está. El cuerpo del otro, extraño,
deseado, esquivo, que se parece insólitamente al propio. El cuerpo propio –“la
miniatura trágica / de cada día”-, mirado muchas veces con extrañeza, con
ajenidad. Hay sudor, hay entrañas, hay sangre, hay una casa azul, hay órganos.
Hay venas. Hay médulas. Hay cuerpos presentidos sentados al lado en el cine.
Hay cuerpos de mercurio. Hay “asimétrica carne”. Hay “cuerpo de prismas rotos”.
Hay restos de cal. El poemario parece ser por momentos una “proclamación del
cuerpo”. Y entonces, cuando más rotundo es su advenimiento, “jamás pensé que se
pudiera estar / tan solo en una isla”. Las islas son como cuerpos en este
libro. La isla –Cuba- se despliega en la piel. Pero, finalmente, los cuerpos
son como islas.
La proclamación del cuerpo, entonces. Pero
el cuerpo proclamado una y otra vez deviene texto, una “urdimbre intertextual /
tejida con los ojos abiertos”. La seducción es una forma de la política
cultural. Entre las traducciones se pierde el deseo. Romperle el espinazo al
deseo, es rompérselo a la sintaxis. La “vorágine de carne / brotando a
borbotones” deviene una “refracción de sangres y textos”.
Los
cuerpos pequeños y cartilaginosos, entonces, se resignifican. Y se hacen
margen, límite, contorno. “Y mucho tiempo después / seguimos escribiendo / en
los márgenes”. La escritura del cuerpo es la escritura del límite, escritura en
el margen. Escritura al fin. “Mi amor por ti / es una actitud textual”.
Los cuerpos y los textos. El lenguaje
intentando decir lo real. Tendiendo hacia lo real. Hablando en dirección de la
ausencia. Esa es la clave. Por eso la poesía de Bibiana Collado es un trabajo
consciente, minucioso, sobre el lenguaje. Por eso para la autora, corregir un
poema es tachar, es prescindir de lo accesorio. Llegar a las palabras precisas,
necesarias, para apuntar. Sin énfasis. Sin excesos retóricos. Para Bibiana
hacer poesía es nombrar. Nombrar objetos. Nombrar su mudez. “Desvencijados
muebles coloniales”. “Dos azulejos rotos / disimulados”. “Aire estancado /
esperando el ciclón del trópico”. Mirar es nombrar. Otorgar significados es
reseñar la resonancia sin lenguaje.
“Atónita y por fin quieta”. Entrañada, extrañada, dirá en otro momento.
“Te veo”, comienza un poema. “Te miro”, dice alguna otra vez. El sujeto de
estos poemas mira, en silencio. Y lo hace atónito. Estupefacto. Extraviado. Y
me recuerda entonces el gesto fundador de otro de los maestros compartidos, de
César Simón, “los ojos luminosos / y tenebrosos, que contemplan / y saben que
contemplan, / y que miran / y en la verdad resbalan”. (Lo veo, al maestro, por
cierto, sentado, junto a una librería enorme, hablando lentamente, como ajeno a
nosotros, y sin embargo rotundamente lúcido: el pelo rizado y juvenil, la voz
llegando de muy lejos. Lo veo diciéndonos en una casa extrañamente parecida a
la de Bibiana, el comedor con la misma disposición. El sofá, sin embargo, junto
a la ventana. Es su misma calle. “Esta calle escamada / y dolida de ruidos /
ajenos”, tal vez. Las calles son texto y se despliegan. En la calle, y en los
textos, y en la mirada, y en el estupor final, César y Bibiana son,
definitivamente, vecinos).
César Simón, sin embargo, aun abismado en
esa contemplación de la superficie del mundo, comprueba en otro poema que “Nada
es presente; / todo se ha ido, aunque retorne el viento”, dice. Y es que, el
único espesor de los objetos –guardada en el cajón, ropita de domingo- es el
que les otorga la memoria, esa hendidura, otra vez, que se abre en el centro
mismo del sujeto. Ese otro abismo. La memoria, que puede constituirse como
olvido. “Yo también, / fui niña, aunque / no lo recuerde”, escribe entonces
Bibiana. Pero esto solo sucede a veces. Porque este libro sí tiene memoria.
Memoria textual. La lectura del otro –del cuerpo del otro leyendo- que es uno
de esos cuerpos que funcionan como espejos. Por eso es un libro dedicado “a la
primera persona que vi leer”. Porque la escritura –lo dije antes- nace de la
lectura. Porque leer, es, ya, empezar a escribir. Porque ver leer a una hermana
fue aquí el origen de los versos –de los cantos para cubrir la fisura. Y sí. La
infancia –su memoria, sus olvidos- amaga en el fondo de los objetos. En el
fondo de la mirada hacia adentro que reposa en –que parte de- los objetos. “Lo
explícito, lo vertical / me atraviesa la infancia”. Pero esta verticalidad
insólita en los versos, este gesto de abismarse, es, también textual. “Escondida
/ tras la obscenidad del lenguaje, / busco palabras / como ruinas de otro mundo
/ que ya no alcanzaré”. Las palabras son las ruinas de otro mundo. Las palabras
de Bibiana Collado son las ruinas de la memoria, pero la memoria en estos
poemas no es construcción mítica del sujeto que habla, que recuerda, que
ficcionaliza su identidad. No. En los textos de Bibiana Collado la memoria es
las ruinas de lo real. “Frente a aquella puerta pétrea / reinas sobre las
ruinas”. Y lo haces, porque –y otra vez es César Simón quien toma la palabra,
tu “gran tarea es este muro”. Y en la superficie de las cosas, en el espesor de
la memoria, se encuentra el muro –la puerta pétrea-, el margen. La gran tarea
inacabable y necesaria de la poesía.
“Con tantos palos que te dio la vida / y
hoy te me presentas, / ávida y feroz”. “Tanto tiempo después”, “Tantos libros
de poesía después…”, tantos textos, tanto espacio recorrido por la superficie
del mundo y del lenguaje. La escritura de Bibiana Collado emerge de una
tradición sólida, de una lectura –de una mirada- atenta. Y sin embargo, hoy, en
este día en que presentamos este libro en Castellón, - no por casualidad esta
es la primera presentación de este libro, al lado de casa-, hoy, 7 de junio de 2013 sentimos que
escuchamos una vibración nueva, personal, en esta voz que nos lee versos, que
se erige como sujeto de la poesía. Y, en efecto. Cada vez que un poeta acierta
a construirse una voz propia, su propio lugar ante el muro, su propia escritura
del margen, sentimos que los versos dicen algo, arrancan una vibración en la
oquedad que nunca antes ha sonado.
Enhorabuena, Bibiana Collado. Este
poemario es una obra verdadera, porque, como dice, una vez más Foucault, “en
una obra verdadera, ella problematiza y transtorna el ser del lenguaje”. Habrá
más libros. Habrá más obras verdaderas. Y más presentaciones. Pero hoy,
disfruta esta sensación, fugitiva, pero plena, de haber llegado a algún lugar.
Hace algunos meses te dediqué unos versos precisamente de César Simón. Hoy, en
este nuevo contexto, se resignifican. Es decir, Bibiana, se reescriben. “Es el
tiempo el que silba entre las cañas. / Hoy, otra vez –aquí, / ni siquiera
esperando, atentos sólo / a nada, al vago cielo / surcado por estelas
invernales-, / Esta respiración acompasada, / latido de los mundos, es la
cumbre”. Disfrútala hoy, poeta. “El espesor de un día es el fantasma / de un
instante simbólico de luz”. Y este espesor es todo tuyo. Y mañana, a seguir
escribiendo, a reanudar la tarea frente al muro, frente a la puerta pétrea perpetuamente
cerrada.
Disfrutemos hoy todos, como lectores, de
esas nuevas vibraciones arrancadas al límite del lenguaje, a ese espacio
inexplorado traído oblicuamente, como sospecha, como huella, como temblor, como
eco, a la zona iluminada, a los bordes mismos de la hendidura. Porque cuando
una nueva voz poética nace –cuando una obra poética verdadera adviene- la
poesía misma, el lenguaje, nace también un poco. Así podemos hoy leer estos
textos. Como si nunca antes.
Jesús Peris
Llorca, junio de 2013.
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