martes, 6 de septiembre de 2011

Lo inolvidable



El jueves, mi hija pequeña, Rosa, irá por primera vez al colegio. Es el gran acontecimiento familiar de la temporada. Su hermano mayor, Martí, muy formal él también, comenzará sus clases de cuarto de primaria. Últimamente el tiempo se complace en enviarme pequeños testimonios de su paso, sutiles recordatorios de que esto va en serio.


Esa escena fundante que está a punto de producirse, me trajo a la memoria el breve relato que inaugura el libro Lo inolvidable, del argentino Eduardo Berti (Páginas de Espuma, 2010), que leí hace algún tiempo y nunca llegué a reseñar. “El inicio”, se titula. “Hijo y padre caminan en silencio hacia la escuela, a menos de quince minutos de su casa”, es su primera frase. Siempre me conmueve mucho esa imagen de un padre y un hijo de la mano. Porque en este momento de mi vida, uno se recuerda siendo el de la mano pequeña del par, y se percibe siendo el de la mano grande. La vida es, entre otras cosas, el paso de un lado al otro de esa pareja.


Creo que no puedo hablar demasiado del cuento de Berti sin revelar el final. Y no quiero hacerlo, porque es un libro que me gustó y que recomiendo. Pero sólo quiero decir que ahora, en estos días, es capaz de cargar de significado esa escena. La paternidad es un largo aprendizaje. Y reconocer ante el hijo las propias carencias es una de sus condiciones de posibilidad. El hijo es entonces un colaborador necesario en su superación.


Lo inolvidable, por otro lado, es un buen libro. Un libro de relatos argentinísimo y hermoso: un pequeño cuarto de espejos, un magnífico catálogo de paradojas: sobre la doble faz de los objetos de nuestro deseo, como “la carta vendida”, o sobre la sobredosis de información que es otra de las formas de la ignorancia, como “Diario de una lectora de diarios”. O sobre los homenajes a los maestros que son también “Formas de olvido”. Contiene además una inmersión en los laberintos cotidianos de la mentira (“La mentira o la verdad”). “Lo inolvidable”, por cierto, es la literatura manteniéndonos vivos en los epílogos de la existencia, inscrita en los pliegues del cuerpo –o en sus prótesis.


De entre todos, quiero destacar tambien “Volver”. Un hombre vuelve a la Argentina después de quince años en Francia, y sin embargo para los amigos que lo despiden en el aeropuerto han pasado apenas unos minutos. Se trata de una inquietante paradoja temporal que nos envuelve borgianamente –o cortazarianamente- en la futilidad del tiempo, en su dimensión relativa e incomunicable. Del mismo modo que hay horas de quince minutos, puede haber minutos que contengan quince años. Y, a la vez, nos recuerda que volver es siempre un viaje al extranjero.

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