Uno de mis poetas favoritos, César Vallejo, escribió en un poema que cito mucho: “Un hombre pasa con un pan al hombro / ¿Voy a escribir después sobre mi doble?”. Uno reconoce a sus poetas favoritos porque siempre duelen cuando se leen, porque siempre uno tiene la sensación de que ya escribieron todo lo que uno quiere decir, o querrá decir en el futuro. En ese mismo poema, escribe: “Un banquero falsea su balance / ¿Con qué cara llorar en el teatro?
Esta semana pensaba que iba a escribir sobre mis visitas a Muro de Alcoy y a Alcoi, y sobre las fiestas de Moros y Cristianos. Lo quiero hacer. Lo haré en otra ocasión. Porque dan para mucho. Sobre la representación del otro, y sobre su incorporación a la memoria colectiva. Sobre ese paso que a veces se da, y que es una de las cosas que más me gustan de esas fiestas, entre representar al otro y ser el otro. Ser lo que uno imagina que es el otro. Pero eso ya es mucho. Y qué interesante resulta eso cuando el otro vuelve y se confronta –y es confrontado- con su propia representación.
Queda planteado. Lo desarrollaré.
Pero ¿cómo escribir sobre eso, cuando parece que algo se mueve a nuestro alrededor? Ayer y anteayer me acerqué a la Plaza del Ayuntamiento de la ciudad de Valencia para pulsar el ambiente. Porque de repente algo se mueve, y uno no sabe qué pensar.
El próximo domingo, salvo milagro, uno de los gobiernos no sólo más corruptos de España sino también más cínicos, será revalidado en el poder en Valencia, e incluso muy probablemente obtendrá más respaldo popular que en las elecciones anteriores. Todos llevamos semanas preparándonos para ese advenimiento, para la apoteosis del caciquismo, para lo que supone de confirmación de que la corrupción estructural ha maleado nuestra sociedad. Y lo que es peor, para confirmar que la gente es absolutamente permeable a sus discursos populistas y cree sus argumentos tramposos, sus sofismas baratos, y encumbra a quien se favorece de la crisis, y de las soluciones a la crisis, a quien organiza grandes eventos, y desvía fondos en el momento oportuno. A quien gobierna para sí mismo, para su red clientelar; para, como se decía antes de manera muy gráfica, la oligarquía.
Y de pronto, mira tú por dónde, y no se sabe salidos de dónde, aparecen esas multitudes que dicen no creerse nada. Que precisamente dicen que le han visto las costuras al entramado populista de argumentos circulares, y que quieren democracia real. “¿Esto cómo hay que leerlo?”, decía en estos casos una compañera mía de universidad. Pues vamos a ver. Porque enseguida se pone en marcha nuestra propia máquina de escepticismo. Nos hemos ilusionado tantas veces en el pasado por cosas que posiblemente hoy ya nadie ni siquiera recuerda...
Y algunos motivos para el escepticismo hay, porque si el movimiento ciudadano se traduce en abstencionismo el domingo, pues no habremos hecho nada. Casi al contrario. Los caciques serán más caciques y más poderosos. Aunque nos pueda quedar el consuelo de que los caciques estén perdiendo cuerpo social, de momento serán omnímodos, con todos los resortes del poder en sus manos. Y seguirán esquilmando las arcas públicas, y destruyendo paisaje y tejido económico, y degradando la educación, y abriendo más y más la brecha que separa a los ricos de los pobres, la calle Sorní de Marchalenes, los barrios residenciales en Godella de La Coma.
Pero hemos dicho tantas veces que no podíamos entender –o sí, lo que es peor- la pasividad de la juventud (y de la que no es tan juventud, de mi generación al menos para abajo) entregada atada de pies y manos a la lógica del mercado, a la ley de la competencia entre empresas, resignada a ser coste reducible para aumentar el beneficio empresarial, o sea, como decíamos hace muchos años (¡oh, palabra precisa!), la plusvalía, lo hemos dicho tantas veces, que ahora sí, ahora deseamos que de verdad hayan decidido no resignarse a acumular títulos (generando a su vez plusvalía a quien los expide), para tener trabajos precarios, con condiciones laborales insultantes.
Pero nunca hay que subestimar la capacidad de revulsión social de un voto. Y entonces, ante un movimiento aparentemente sin historia, me gustaría recordar que España soportó una larga dictadura, una purga social, un exterminio ideológico, porque los fascistas (llamémoslos así para entendernos) no pudieron soportar que la izquierda real hubiera ganado unas elecciones libres. Y que cuando esa dictadura abrió la mano, décadas más tarde, lo hizo mediante una voladura controlada, con marcas de desmemoria y de control social. Por ejemplo, la ley electoral. Por ejemplo, barreras electorales que hacen que haya que superar el 5% de los votos en todo el territorio valenciano para tener representación en el parlamento. Política de oligarquías. Y al final es lógico que las incipientes oligarquías políticas lo aceptaran. Como era lógico que las élites políticas y económicas acabaran por entenderse, y que se aceptara incluso a algunos recién llegados a la gran fiesta del mamoneo y la corrupción, práctica elegante, al menos desde los tiempos del Marqués de Campo o de Primo de Rivera.
Y eso es lo que más me ilusiona de todo lo que se está diciendo. Que se habla con claridad de reivindicaciones que ya casi parecían olvidadas: cambio de la ley electoral, democracia directa, listas abiertas. Y que, aunque no los llamen así, hablan de esos viejos “poderes fácticos” que tutelan, controlan y limitan la democracia. Porque el movimiento es nuevo, pero, a pesar de la confusión, dice algunas cosas muy sensatas, y muy coherentes. No sólo con la situación actual, sino también, quien lo iba a decir, con la historia.
Crucemos los dedos y vamos a ver. La primavera es una estación propicia a la esperanza.
La fotografía está extraida de valencia.democraciarealya.es
Tus críticas literarias me gustan, pero hoy, será la primavera como bien dices, me encanta tu análisis político. A todos se nos escapan cosas de lo que está ocurriendo en este momento por nuestras calles; los partidos políticos no quieren entender que alguien esté pidiendo una democracia que no pase por ellos, la ciudadanía busca incesantemente mecanismos de expresión ante tanta ordenanza municipal que lo prohibe todo, ante tanta crisis pagada por nosotros/as, ante jubilaciones pactadas sin nuestra voz... y todo esto estalla en una amalgama de gente: los jóvenes por primera vez vemos que la ilegalización de una concentración no significa nada cuando mil personas toman la plaza, los mayores nos dicen que ya era hora que despertáramos y África nos ha dado a todos una lección práctica de para qué narices servía Twitter y Facebook.
ResponderEliminarYo sí que estoy esperanzado en el movimiento porque si es verdad que muchos jóvenes están muy verdes, es más cierto que en una asamblea tan abierta como esta se aprende a marchas forzadas, que a base de las hostias que los medios y los partidos sueltan e intentan estampar a los que están ocupando las plazas, la gente reacciona y acabará produciendo un posicionamiento ideológico. Pero de momento, y quizá sea en un primer momento lo más importante, lo que está claro y nadie puede discutir es que esta gente tiene una idea de hacer política: la asamblea.
Tus palabras me entusiasman!Sean críticas literarias o sean la opinión razonada de un ciudadano valenciano imerso, como muchos lo estamos,en este caciquismo sin control, populismo sin medida, ignorancia ciega con resgusto a "yo hago lo que quiero y voto al PP". Lo siento pero paso de decir PPSOE (en otro momento ya si eso lo explico) y su razón es "porque sí", pero por nada más, no les enseñaron en la escuela a leer, a interpretar, a ser cidudadanos críticos, responsables e independientes (gran asignatura pendiente).
ResponderEliminarEl gobierno más corrupto gana porque todos quieren ser más ricos aunque sólo se lleven a la boca la frase: 'yo voto PP'.
Respecto a la esperanza de que el movimiento q empieza sea lo q promete, pensé ya desde q nos enteramos, q si luego se abstenían, adiós triunfo. Pero como dices, estaremos atentos!
Generación perdida he oído q nos llaman! Ya digo yo q lucharemos porque ese término se quede en mera transitoria denominación.
Un saludo,
Silvia.
Muy bueno, Jesús.
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