martes, 22 de marzo de 2011

Volver, con la frente marchita


Hace más de un año que abandoné el blog. Irónicamente lo hice con una entrada en la que anunciaba mi regreso. Sin duda, su final era demasiado optimista. Declaraba clausurado el tiempo de la destrucción, como si las cosas funcionaran así. Se declara y ya está.

Y de pronto, ayer, me encuentro un comentario anónimo a esa entrada: "Me alegro de que hayas vuelto". Así, simplemente. De que haya vuelto. Y la pregunta claro es ¿A dónde he vuelto? ¿Y desde dónde?

Irónicamente, una de las cosas que debo hacer esta tarde es escribir un párrafo que clarifique los objetivos de un artículo académico. Al parecer, al comité de la publicación no le han quedado claros, y los quiere al principio. Supongo que de lo que se trata es de algo que evite tener que leer el artículo completo. Y lo tendré que hacer, claro. Puedo incluso hacer un borrador ahora. Porque el artículo habla de regresos. En concreto de los relatos del regreso a España desde el exilio que escriben Max Aub, Francisco Ayala y Arturo Barea. Todos los textos que reviso han sido escritos antes del regreso efectivo, excepto uno. Y lo curioso, al leerlos seguidos, es que éste, La gallina ciega, de Max Aub, parece seguir el guión trazado por los anteriores. Hasta las sorpresas y los desengaños han sido anunciados por los regresos ficticios de personajes anteriores. La vida del exiliado es una larga preparación para el regreso, aunque este no llegue a producirse nunca. Y esa es precisamente una de las constataciones de todos estos textos, que en realidad nunca se vuelve del todo porque ya no existe el lugar de partida, y no es tampoco el mismo el viajero.

Y entonces resuena la voz de Daniel Viglietti cantando “los exilios de sí mismo”. Y uno se pregunta entonces si eso que pasa con los exilios sucede también con las deserciones.

Además, acabamos de quemar las fallas. Para mí las fallas son un regreso a la infancia, porque todas las noches de San José son la misma noche, todos los fuegos el fuego, como diría Julio Cortázar. Y también la noche de la plantà, los colores nuevos de los ninots en la madrugada. Y por ahí, entre las calles del barrio, del barrio lejano (y ahora la referencia es a Jiro Taniguchi, a un cómic al que le debo una entrada, porque lo tengo clavado muy adentro desde que lo leí), de repente uno cree entreverse. Porque a las fallas las agujerean para que respire el fuego. Y por eso, después, arden mejor.

Hace más de un año empecé a volver al blog. Pero el camino está resultando largo. No importa. Porque el viaje a Itaca fue también un viaje de regreso. Y al final, volver, si ello es posible, solo se hace con la frente marchita.

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