domingo, 29 de abril de 2012

Vuelos y caídas


Acabo de terminar la lectura de El arte de volar, de Antonio Altarriba y Kim (Edicions de Ponent, 2010): un extraordinario libro de cómic, una conmovedora novela gráfica.
El 4 de mayo de 2001, un anciano de noventa años se suicidó arrojándose desde la cuarta planta de la residencia en la que vivía. Ese anciano era el padre del guionista, Antonio Altarriba. “Puedo igualmente asegurar que, aunque parecieran unos pocos segundos mi padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta”. El libro recorre esos noventa años: cuantas renuncias, derrotas, humillaciones, hicieron falta para llegar hasta ese instante último.
Antonio Altarrriba, nacido en un pueblo de la provincia de Zaragoza, creyó en la utopía anarquista durante su juventud. Miliciano en la Guerra Civil, hizo la revolución, y la guerra, y perdió ambas. Exiliado en Francia, acabó haciendo otra guerra más, y, ganándola, acabó perdiéndola también en la paz. Después el estraperlo. Primero en Francia. Después, de regreso, otra vez en España. Una de las cosas que aprenderá en su vida es que una de las consecuencias de la derrota es el envilecimiento. El dinero lo pudre todo, pero es algo más. Es la soledad, el aislamiento, el silencio, la convivencia constante con la prepotencia de los vencedores. La constatación una y otra vez de que los malos siempre ganan. De que el premio a la renuncia, a la traición, es el éxito económico y social. La coherencia, la integridad, es el patrimonio escasamente consolador de los perdedores.
La novela conmueve. Por la historia, por el texto, por los dibujos de Kim. Por la amargura profunda que parece ser hija de la lucidez.



La leo, la miro, en una noche de abril de 2012. En una España defectuosamente democrática (y monárquica) entregada al desmantelamiento de derechos, que hasta hace poco nos parecían a muchos insuficientes, y que sin embargo parecen ahora mismo irrecuperables. Con saña e impunidad, con prepotencia y desprecio, se destruyen en semanas cosas que llevó décadas consolidar. La sociedad asiste con pasividad a la privatización de la sanidad, al acoso a la enseñanza pública, a la elitización de la enseñanza universitaria. Los gobernantes al servicio de las grandes empresas prosiguen sin vacilación con la implantación de la agenda neoliberal. En el horizonte, al borde del 25% de paro, la polarización social, la proletarización de las clases medias, la conversión de la cultura en patrimonio de clase.
Las derrotas siguen, entonces. El dinero lo pudre todo. Una sociedad apenas repuesta de 40 años de fascismo, que, sin embargo, se soñó repuesta, se entrega atada de pies y manos. Una sociedad civil se resigna a entregar derechos. Despierta de su sueño de opulencia imaginaria, y, vuelta a la realidad, se encamina a la miseria colectiva, a la intemperie, sin ofrecer resistencia. Ayer, sin embargo, vi un Ferrari acelerando al ponerse en verde un semáforo, cerca de la universidad. Los señoritos, los vencedores de siempre, se chulean prepotentes mientras nosotros nos aferramos a nuestros empleos precarios, y ellos se garantizan que los hijos de sus empleados no entrarán ya en la Universidad. Subiendo las tasas, sí. Pero también, y antes, degradando la educación pública hasta extremos inimaginables.
Cuántas derrotas todavía. Y cuánta pasividad. El precio de la derrota es la humillación. Y el envilecimiento. El precio de haber querido volar y no conseguirlo es una caída de cuatro pisos sobre el asfalto.
¿Dejaremos alguna vez de perder? De Mississipi a Madrid. Memorias de un afroamericano de la Brigada Lincoln, de James Yates (La Oficina, 2011) es otro libro que me ha emocionado poderosamente en estos días. Y, hermoso y verdadero, es también la crónica de muchas derrotas encerradas en el lapso de una sola vida. En él, sin embargo, leo: “Algunos días se pierde y otros se gana. Y, entre tanto, progresos, retrocesos, ataques y contraataques. Pero de algo estoy seguro: el enemigo no puede ganar siempre. Igual que sale el sol, la gente continuará levantándose y luchando por la dignidad humana y la libertad”.
Contra toda evidencia, entonces, decido aferrarme esta noche todavía a esa esperanza. No puede ser que todo se venga abajo así, sin más. No puede ser que tantas derrotas acumuladas durante generaciones hayan sido en vano. No puede ser.

(La portada de El arte de volar procede de www.edicionsdeponent.com. La fotografía del campo de concentración de Saint Cyprien de todoslosrostros.blogspot.com.es)