jueves, 19 de mayo de 2011

De nuevo se abrirán las grandes alamedas


Uno de mis poetas favoritos, César Vallejo, escribió en un poema que cito mucho: “Un hombre pasa con un pan al hombro / ¿Voy a escribir después sobre mi doble?”. Uno reconoce a sus poetas favoritos porque siempre duelen cuando se leen, porque siempre uno tiene la sensación de que ya escribieron todo lo que uno quiere decir, o querrá decir en el futuro. En ese mismo poema, escribe: “Un banquero falsea su balance / ¿Con qué cara llorar en el teatro?

Esta semana pensaba que iba a escribir sobre mis visitas a Muro de Alcoy y a Alcoi, y sobre las fiestas de Moros y Cristianos. Lo quiero hacer. Lo haré en otra ocasión. Porque dan para mucho. Sobre la representación del otro, y sobre su incorporación a la memoria colectiva. Sobre ese paso que a veces se da, y que es una de las cosas que más me gustan de esas fiestas, entre representar al otro y ser el otro. Ser lo que uno imagina que es el otro. Pero eso ya es mucho. Y qué interesante resulta eso cuando el otro vuelve y se confronta –y es confrontado- con su propia representación.

Queda planteado. Lo desarrollaré.

Pero ¿cómo escribir sobre eso, cuando parece que algo se mueve a nuestro alrededor? Ayer y anteayer me acerqué a la Plaza del Ayuntamiento de la ciudad de Valencia para pulsar el ambiente. Porque de repente algo se mueve, y uno no sabe qué pensar.

El próximo domingo, salvo milagro, uno de los gobiernos no sólo más corruptos de España sino también más cínicos, será revalidado en el poder en Valencia, e incluso muy probablemente obtendrá más respaldo popular que en las elecciones anteriores. Todos llevamos semanas preparándonos para ese advenimiento, para la apoteosis del caciquismo, para lo que supone de confirmación de que la corrupción estructural ha maleado nuestra sociedad. Y lo que es peor, para confirmar que la gente es absolutamente permeable a sus discursos populistas y cree sus argumentos tramposos, sus sofismas baratos, y encumbra a quien se favorece de la crisis, y de las soluciones a la crisis, a quien organiza grandes eventos, y desvía fondos en el momento oportuno. A quien gobierna para sí mismo, para su red clientelar; para, como se decía antes de manera muy gráfica, la oligarquía.

Y de pronto, mira tú por dónde, y no se sabe salidos de dónde, aparecen esas multitudes que dicen no creerse nada. Que precisamente dicen que le han visto las costuras al entramado populista de argumentos circulares, y que quieren democracia real. “¿Esto cómo hay que leerlo?”, decía en estos casos una compañera mía de universidad. Pues vamos a ver. Porque enseguida se pone en marcha nuestra propia máquina de escepticismo. Nos hemos ilusionado tantas veces en el pasado por cosas que posiblemente hoy ya nadie ni siquiera recuerda...

Y algunos motivos para el escepticismo hay, porque si el movimiento ciudadano se traduce en abstencionismo el domingo, pues no habremos hecho nada. Casi al contrario. Los caciques serán más caciques y más poderosos. Aunque nos pueda quedar el consuelo de que los caciques estén perdiendo cuerpo social, de momento serán omnímodos, con todos los resortes del poder en sus manos. Y seguirán esquilmando las arcas públicas, y destruyendo paisaje y tejido económico, y degradando la educación, y abriendo más y más la brecha que separa a los ricos de los pobres, la calle Sorní de Marchalenes, los barrios residenciales en Godella de La Coma.

Pero hemos dicho tantas veces que no podíamos entender –o sí, lo que es peor- la pasividad de la juventud (y de la que no es tan juventud, de mi generación al menos para abajo) entregada atada de pies y manos a la lógica del mercado, a la ley de la competencia entre empresas, resignada a ser coste reducible para aumentar el beneficio empresarial, o sea, como decíamos hace muchos años (¡oh, palabra precisa!), la plusvalía, lo hemos dicho tantas veces, que ahora sí, ahora deseamos que de verdad hayan decidido no resignarse a acumular títulos (generando a su vez plusvalía a quien los expide), para tener trabajos precarios, con condiciones laborales insultantes.

Pero nunca hay que subestimar la capacidad de revulsión social de un voto. Y entonces, ante un movimiento aparentemente sin historia, me gustaría recordar que España soportó una larga dictadura, una purga social, un exterminio ideológico, porque los fascistas (llamémoslos así para entendernos) no pudieron soportar que la izquierda real hubiera ganado unas elecciones libres. Y que cuando esa dictadura abrió la mano, décadas más tarde, lo hizo mediante una voladura controlada, con marcas de desmemoria y de control social. Por ejemplo, la ley electoral. Por ejemplo, barreras electorales que hacen que haya que superar el 5% de los votos en todo el territorio valenciano para tener representación en el parlamento. Política de oligarquías. Y al final es lógico que las incipientes oligarquías políticas lo aceptaran. Como era lógico que las élites políticas y económicas acabaran por entenderse, y que se aceptara incluso a algunos recién llegados a la gran fiesta del mamoneo y la corrupción, práctica elegante, al menos desde los tiempos del Marqués de Campo o de Primo de Rivera.

Y eso es lo que más me ilusiona de todo lo que se está diciendo. Que se habla con claridad de reivindicaciones que ya casi parecían olvidadas: cambio de la ley electoral, democracia directa, listas abiertas. Y que, aunque no los llamen así, hablan de esos viejos “poderes fácticos” que tutelan, controlan y limitan la democracia. Porque el movimiento es nuevo, pero, a pesar de la confusión, dice algunas cosas muy sensatas, y muy coherentes. No sólo con la situación actual, sino también, quien lo iba a decir, con la historia.

Crucemos los dedos y vamos a ver. La primavera es una estación propicia a la esperanza.

La fotografía está extraida de valencia.democraciarealya.es

lunes, 2 de mayo de 2011

Naves en llamas más allá de Orión


El primer libro que terminé estas vacaciones de Pascua fue Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero (Seix Barral, 2011). Desde que supe de su título, tuve ganas enormes de leerlo, y para ambientarme, volví a ver una vez más la mítica Blade Runner (Ridley Scott, 1982), de donde está extraído. De hecho, ahora mismo me vienen unas ganas locas de reproducir las palabras famosas del replicante, pronunciadas ante la soledad del universo, mientras la lluvia resbala por su rostro perfecto, desfigurado sin embargo por el terror a la nada inminente.

La novela de Rosa Montero es una variación sobre la película, en un Madrid de principios del siglo XXII. Existen los replicantes, y han sido bautizados así en homenaje a la película. La protagonista, Bruna Husky, es uno de ellos, y deberá enfrentarse a un complot que pretende lanzar a la opinión pública en brazos de un partido de ultraderecha, que tiene como principal punto de su programa el exterminio de los replicantes. La demagogia, la satanización del otro, los perfiles de los políticos supremacistas, como se llaman en la novela, son plenamente reconocibles. Ojalá siempre haya para salvarnos una detective como la protagonista, acosada por fantasmas interiores (esa cuenta atrás que la lleva inexorablemente a su desaparición), pero decidida y resolutiva.

A veces me irritó un poquito en la novela esa necesidad que tiene el narrador de contarlo todo: incluso llega a citar la secuencia de la película, por si algún lector poco avispado no la ha reconocido. Sin embargo, la disfruté. Me interné en su trama diáfana con su narrador clásico, y me dejé llevar.

Pero con su ligereza tan de agradecer, la novela plantea temas que dan mucho que pensar. Los más evidentes, los ya mencionados. Por un lado, la posibilidad de un futuro con una ultraderecha rediviva. Y no solo, porque las colonias extraterrestres del Estado Democrático del Cosmos y Labari, plantean como alternativas no menos inquietantes, una suerte de neo-estalinismo y un nuevo integrismo religioso. Y, por otro, esa tortura existencial, esa consciencia de su finitud, que torna especial a Bruna, y la equipara al replicante de la película. Pero Rosa Montero se complace casi en imaginar un mundo completo, al detalle, y en apuntar, como la mejor novela de ciencia ficción, muchas líneas posibles hacia las que tiende nuestro presente.

Así, quería quedarme en esta entrada como ejemplo con dos apuntes particularmente brillantes. Uno, que si los habitantes de la tierra quieren respirar aire no contaminado, deben pagar un impuesto. El aire contaminado es gratis. Imposible no pensar en la televisión, claro. Y también en los productos ecológicos, certificados y garantizados, que convierten en un suplemento que hay que pagar caro precisamente la garantía de la naturalidad, de la ausencia de contaminación. Paradójica modernidad, que convierte en valor de mercado la ausencia de los aditivos que esa misma modernización acarreó. Y que, a partir de ahí, renueva la jerarquía de las clases sociales.

Y la otra, que para los replicantes sea una droga el consumir memoria. Memorias que se aplican, y de manera instantánea acceden a un pasado diferente, a una identidad diferente. Son otros porque recuerdan haber sido otros. Y en ellos es especialmente fácil porque los recuerdos de su infancia son particularmente fantasmagóricos. La identidad líquida famosa, convertida en objeto de consumo, en droga poderosa. Y, en la novela, todo comienza a deslizarse hacia el caos cuando alguien introduce en el mercado una partida de memorias adulteradas.

Y es que todas las memorias tienen algo de ficcional, pero no todas las memorias son iguales. Y las memorias adulteradas son especialmente nocivas para las sociedades que las consumen. Pensaba en ello, al recordar algunas de las cosas que los medios más cavernarios de la derecha española han escrito estas semanas pasadas con ocasión del aniversario de la Segunda República. Estoy pensando en Pío Moa, y otros adulteradores de memorias por el estilo: memorias adulteradas, introducidas en el mercado por los herederos de los desestabilizadores y los exterminadores de aquel ilusionado intento de democracia y justicia social. Y, no olvidemos que, como nos narra con mucha amenidad la novela, las memorias adulteradas, al final, siempre acaban beneficiando a los supremacistas.

(El fotograma de Blade Runner procede de www.blade-runner.it)