lunes, 8 de septiembre de 2014

Guardias civiles sensibles con hijos catedráticos


Con frecuencia, un libro se puede interpretar desde sus márgenes. Eso es lo que sucede por ejemplo con El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes (Tusquets, 2012), la segunda entrega de sus Episodios de una guerra interminable, uno de los libros que he leído este verano.
Esta es su primera dedicatoria: "A mi amigo Cristino Pérez Meléndez, que de pequeño vivía en la casa cuartel de Fuensanta de Martos y era muy canijo. Y de mayor dio la talla en todo, pero no fue guardia civil". Cuando la leí, antes de viajar con sus personajes a la inhóspita sierra de Jaen de 1947, imaginé a Cristino como un hombre enjuto, curtido tal vez por el sol inclemente de los campos de aceitunas. Imaginé a Almudena visitando los pueblos jienenses para documentarse sobre su novela, y demás aventuras épicas de los escritores realistas de la memoria histórica, de aquellos que se proponen darle voz a los silencios de la Historia. 
Sin embargo, el primer párrafo de "La historia de Nino. Nota de la autora", al final del volumen, me sacó definitivamente del error: "En la primavera de 2004 […] hice un viaje en coche por el norte de Marruecos […], con mi marido, Luis García Montero, y un viejo, excelente amigo suyo, después también mío, Cristino Pérez Meléndez. Cristino, catedrático de Psicología de la Universidad de Granada....".
Acabáramos. El tal Cristino, hijo de guardia civil, es en 2004 Catedrático de Universidad. Unas páginas más tarde, entre los proveedores de motes verosímiles para la novela, "amigos jienenses", aparece listado, entre otros, Joaquín Sabina. Eso sí que es suerte. La documentación para esta novela histórica le debió de resultar bastante fácil a Almudena Grandes. Le bastó con recurrir a sus amigos, catedráticos, cantantes famosos. Todo un trazado del lugar de enunciación. Al final del camino, también la memoria de los silenciados se escribe desde arriba, desde los vástagos que consiguieron el ascenso social en los años de la dictadura y la transición, desde los cantautores exitosos. No se trata ya de los salvados frente a los hundidos, que diría amargamente Primo Levi, sino de los encumbrados, de aquellos descendientes de los silenciados que hoy nos hablan desde la cumbre, amigos de Almudena y de su marido.
Por otra parte, aunque su lectura me resultó tan absorbente como todas las novelas de Almudena Grandes (me declaro fan de sus habilidades narrativas, y hasta de sus largos párrafos cargados de subordinadas), tengo que decir que también me fue irritando sordamente. Una de las cosas que más me emocionó de El corazón helado (Tusquets, 2007), sin duda mi favorita, es que se atrevía a escribir cómo muchas de la consecuencias de la guerra civil, de la victoria del fascismo, de la sórdida postguerra, con sus exclusiones, sus tachaduras, sus latrocinios, siguen vigentes hoy. Como muchos ricos poderosos de hoy deben su riqueza y su poder a la victoria en la guerra de sus mayores. Como la inmaculada transición, suave prolongación democrática sin rupturas del Movimiento Nacional, con sus oropeles y monarquía, siguió construyéndose sobre la victoria de media España, y sobre el corazón helado de la otra media. Por eso, la la lectura de Inés y la alegría (Tusquets, 2010) entre otras cosas me decepcionó por sus páginas finales, por ese momento feliz en que parece que la Transición lo cancela todo y convierte la derrota en una victoria gracias a una foto en Madrid de veteranos del maquis
Y por eso me ha decepcionado todavía más hasta irritarme la lectura de El lector de Julio Verne, una lavada de cara en toda regla a la ominosa guardia civil franquista en su guerra sucia contra los guerrilleros, en su acoso sistemático de la población civil campesina, que debía sumar a la miseria estructural la violencia arbitraria y prepotente de los sicarios del franquismo. En la novela no es para tanto. El único guardia civil violento es el sargento. Porque los demás... Es verdad que torturan a campesinos durante madrugadas interminables, es verdad que asesinan por la espalda invocando la tradición castiza de la "Ley de fugas" ya retratada con bastante más crudeza por el tantas veces invocado por la escritora Benito Pérez Galdós. Pero lo hacen sin querer, porque le tienen miedo a los mandos, y los pobres lo pasan muy mal. Y luego lloran en silencio al volver a la intimidad de su familia, o vomitan en el patio. Y es que en el fondo son rojos camuflados con familia republicana. E incluso uno de los más malotes, un tal Sanchís. en realidad es malote para disimular, porque es un infiltrado del Partido Comunista, que ayuda una y otra vez a los del monte a burlar las emboscadas y acabará dando la vida por la causa entre vivas a la República.
Eso de los guardias civiles comunistas es bastante difícil de convertir en representativo de nada. De hecho la explicación que da en la mencionada nota es bastante rebuscada. Para empezar, comienza con una cita literaria de Ramiro Pinilla ("aunque no se lo crea, en España hay comunistas hasta en la Guardia Civil") que eleva a documento, para continuar mencionando de manera anacrónica a los guardias civiles que se mantuvieron fieles a la República en julio del 36, pasando entonces de puntillas por dónde estarían esas pobres personas en 1947. No parece probable que en la guardia civil luchando en Jaen contra el maquis.
En resumen: lo que la novela viene a hacer es consolidar una ilusión retrospectiva muy consoladadora y muy de la llamada Cultura de la Transición. Al parecer, a pesar de lo que constató con amargura Max Aub en su visita de 1969 y de la que dejó constancia en su demoledor La gallina ciega, en España durante el franquismo casi no había franquistas y la dominación del régimen fue superficial, cosa de cuatro pirados incapaces de difundir su visión de mundo y de la historia durante cuatro décadas de educación nacional y propaganda. Incluso la Guardia Civil estaba formada por tipos bonachones dominados por unos pocos mandos muy malos muy malos pero muy tontos muy tontos que podían ser literalmente, como en esta novela, burlados por un niño. Por eso se pueden celebrar los aniversarios, centernarios, sesquicentenarios y lo que se ponga por delante, que la Benemérita siempre ha sido eso, básicamente eso, Benemérita, y se ha ocupado de llevar la seguridad a los campesinos dispersos en el árido campo español, lleno de forajidos patibularios con trabuco y mala leche. Para leer que la guardia civil era el brazo armado del cacique y esas cosas tendremos que volver a Galdós.
Una dictadura así de cutre e ineficaz, claro, desapareció sin dejar rastro una vez muerto el dictador y una vez proclamada la democracia por el bondadoso rey de cuento que le sucedió en herencia. Y no es exageración mía, que en la novela lo pone así de clarito. Dos de los protagonistas de la novela se presentan en las listas del Partido Comunista en las elecciones de 1977. Y eso, atención, fue "el definitivo final feliz que merecían los que se fueron, y aún más los que quedaron". El lector de Julio Verne, así, es una novela que nace añeja, en la que la constitución monárquica rquica ﷽﷽﷽contra el fascismo quedos con trabuco y mala lecheas victoria postrertaprefiero cismo, la lucha contra el fascismo quedel 78 fue nada menos que el final feliz que merecían los guerrilleros.
Da que pensar que en estos años de en que se resquebraja la máscara de la otrora inmaculada transición y muestra por debajo sus continuidades con el orden de cosas anterior, sus servidumbres oligárquicas y caciquiles, una escritora como Almudena Grandes, supuestamente de izquierdas y tricolor, nos ofrezca un relato épico de lo felices que somos en el presente, y convierta la lucha contra el fascismo, la lucha contra el fascismo que acabó en derrota, en un argumento de novela de aventuras con final feliz aunque sea en el epílogo, y documentada además por tipos a los que les ha ido muy bien.
La verdad, para eso, prefiero El laberinto del fauno. Es mucho más realista.

La foto de la portada del libro procede de www.almudenagrandes.com
La foto del muñeco guardia civil de fofuchasmj.blogspot.com.es