lunes, 2 de mayo de 2011

Naves en llamas más allá de Orión


El primer libro que terminé estas vacaciones de Pascua fue Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero (Seix Barral, 2011). Desde que supe de su título, tuve ganas enormes de leerlo, y para ambientarme, volví a ver una vez más la mítica Blade Runner (Ridley Scott, 1982), de donde está extraído. De hecho, ahora mismo me vienen unas ganas locas de reproducir las palabras famosas del replicante, pronunciadas ante la soledad del universo, mientras la lluvia resbala por su rostro perfecto, desfigurado sin embargo por el terror a la nada inminente.

La novela de Rosa Montero es una variación sobre la película, en un Madrid de principios del siglo XXII. Existen los replicantes, y han sido bautizados así en homenaje a la película. La protagonista, Bruna Husky, es uno de ellos, y deberá enfrentarse a un complot que pretende lanzar a la opinión pública en brazos de un partido de ultraderecha, que tiene como principal punto de su programa el exterminio de los replicantes. La demagogia, la satanización del otro, los perfiles de los políticos supremacistas, como se llaman en la novela, son plenamente reconocibles. Ojalá siempre haya para salvarnos una detective como la protagonista, acosada por fantasmas interiores (esa cuenta atrás que la lleva inexorablemente a su desaparición), pero decidida y resolutiva.

A veces me irritó un poquito en la novela esa necesidad que tiene el narrador de contarlo todo: incluso llega a citar la secuencia de la película, por si algún lector poco avispado no la ha reconocido. Sin embargo, la disfruté. Me interné en su trama diáfana con su narrador clásico, y me dejé llevar.

Pero con su ligereza tan de agradecer, la novela plantea temas que dan mucho que pensar. Los más evidentes, los ya mencionados. Por un lado, la posibilidad de un futuro con una ultraderecha rediviva. Y no solo, porque las colonias extraterrestres del Estado Democrático del Cosmos y Labari, plantean como alternativas no menos inquietantes, una suerte de neo-estalinismo y un nuevo integrismo religioso. Y, por otro, esa tortura existencial, esa consciencia de su finitud, que torna especial a Bruna, y la equipara al replicante de la película. Pero Rosa Montero se complace casi en imaginar un mundo completo, al detalle, y en apuntar, como la mejor novela de ciencia ficción, muchas líneas posibles hacia las que tiende nuestro presente.

Así, quería quedarme en esta entrada como ejemplo con dos apuntes particularmente brillantes. Uno, que si los habitantes de la tierra quieren respirar aire no contaminado, deben pagar un impuesto. El aire contaminado es gratis. Imposible no pensar en la televisión, claro. Y también en los productos ecológicos, certificados y garantizados, que convierten en un suplemento que hay que pagar caro precisamente la garantía de la naturalidad, de la ausencia de contaminación. Paradójica modernidad, que convierte en valor de mercado la ausencia de los aditivos que esa misma modernización acarreó. Y que, a partir de ahí, renueva la jerarquía de las clases sociales.

Y la otra, que para los replicantes sea una droga el consumir memoria. Memorias que se aplican, y de manera instantánea acceden a un pasado diferente, a una identidad diferente. Son otros porque recuerdan haber sido otros. Y en ellos es especialmente fácil porque los recuerdos de su infancia son particularmente fantasmagóricos. La identidad líquida famosa, convertida en objeto de consumo, en droga poderosa. Y, en la novela, todo comienza a deslizarse hacia el caos cuando alguien introduce en el mercado una partida de memorias adulteradas.

Y es que todas las memorias tienen algo de ficcional, pero no todas las memorias son iguales. Y las memorias adulteradas son especialmente nocivas para las sociedades que las consumen. Pensaba en ello, al recordar algunas de las cosas que los medios más cavernarios de la derecha española han escrito estas semanas pasadas con ocasión del aniversario de la Segunda República. Estoy pensando en Pío Moa, y otros adulteradores de memorias por el estilo: memorias adulteradas, introducidas en el mercado por los herederos de los desestabilizadores y los exterminadores de aquel ilusionado intento de democracia y justicia social. Y, no olvidemos que, como nos narra con mucha amenidad la novela, las memorias adulteradas, al final, siempre acaban beneficiando a los supremacistas.

(El fotograma de Blade Runner procede de www.blade-runner.it)

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