miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sobre la utilidad del material humano


Leí prácticamente de un tirón El material humano, de Rodrigo Rey Rosa (Anagrama, 2009). Significa eso que me atrapó y me agradó. Se dejó leer. Me interesó. Y sin embargo, no sé...

Un escritor investiga archivos policiales en Guatemala, en concreto los del Gabinete de Investigación, de los que está a cargo el Proyecto de Recuperación del Archivo de la Policía Nacional. Pronto, empieza a encontrar cosas interesantes. No tanto cosas concretas, sino sobre el funcionamiento de la maquinaria represiva en el país a a partir de los años 20, su lógica de culpabilización de las clases populares, de fichado casi aleatorio. Pronto empieza a encontrar trabas para continuar su investigación. Esos problemas aparecen en la página 60. Nunca más volverá a entrar en el archivo. Toma una vía lateral, la de investigar la personalidad de Benedicto Tun, el funcionario paciente y con vocación científica que prácticamente creó el Gabinete, y gracias a su hijo traza un retrato verosímil de un bienintencionado burócrata, eficiente y desideologizado, al servicio de todos los gobiernos que pasaron por Guatemala desde 1922 hasta 1970; al servicio siempre del poder, del estado. Un indígena, además, que había encontrado en esa posición una vía de ascenso social en un entorno hostil.

Por otro lado, interesa también la manera como los guatemaltecos incorporan a su cotidianidad la violencia, la posibilidad de convertirse en víctima, las amenazas. Y eso abarca tanto al escritor como a una profesora de su hija: llamadas telefónicas en la madrugada, merodeadores cerca de casa, ofertas telefónicas de servicios de pompas fúnebres de empresas inexistentes... También, la difícil gestión de la memoria histórica, la convivencia tensa y vigilante de ex-combatientes en bandos opuestos.

Y todo esto interesa precisamente porque el libro pertenece al género “diario de escritor”, porque integrado con todas esas referencias históricas y sociales, aparecen reflexiones sobre las lecturas que está haciendo, viajes a congresos y demás eventos sociales, alternativas sentimentales, la relación con la hija de su matrimonio anterior. Pero también por eso el texto resulta un poco más diario de escritor de lo que pensaba que iba a ser, y sentí que la información de la contracubierta (y una reseña que leí) esta vez me había dado bastante gato por liebre. Y, bueno, la verdad, francamente, los altibajos de la relación entre el escritor y B+ (así la llama en el diario) me dejaron en general bastante tibio. Y que todo lo que se cuenta acabe culminado en el cierre del libro por una lapidaria frase de la nena, que además se llama Pía, pues no lo acabo de ver. “¿Sabes cómo podría terminar?”, pregunta el escritor. “Conmigo llorando, porque no encuentro en ninguna parte a mi papá”, es la respuesta. El repliegue a lo privado parece ser entonces la conclusión.

Y no el repliegue a cualquier ámbito privado, sino a uno bien cool y oligárquico. Vamos a ver, el personaje del escritor me cae fenomenal durante la lectura, pero hay que reconocer que el tío vive como dios, vamos. Pongo como ejemplo que en un momento dado se marcha de viaje a París y se aloja en la casa de Miquel Barceló, que le comenta la cúpula que está preparando para Naciones Unidas. En suma, todo un guatemalteco de a pie, el tío.

Y por ahí viene la otra reflexión que me suscitó la lectura de este libro: la de la condición (y la perspectiva) oligárquica del escritor en sociedades como la que retrata el libro. En Guatemala, desde luego, pero no sólo.

Ya al leer la magnífica El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince (Seix Barral, 2007), tuve una impresión parecida, al comprobar el porcentaje de apellidos colombianos ilustres entre los amigos del autor. Pero, mientras aquélla sí me conmovió, como novela, muy bien escrita, sobre un padre y un hijo, pero también como retrato de un compromiso ético y de un hombre íntegro, en El material humano no nos podemos quitar de encima del todo la impresión de dilettante del escritor, de cierta mirada exotista sobre los pobres pintorescos fichados por la policía porque, por ejemplo se dedican "a ingerir licor con otros individuos que se dedican a desnudar a los ebrios trasnochadores”. Pueden parecer un espectáculo curioso entre otros, y entonces, al final, si el poder impide seguir husmeando, pues tampoco pasa nada, porque ya se ha tenido bastante material humano para publicar un libro resultón, con ayuda de una contraportada prometedora y de una crítica complaciente, no sea que la pobre Pía se vaya a quedar llorando porque no encuentra a su papá.

(La fotografía del archivo procede de www.hrdag.org)

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